Era apolíneo. Era
el ser más hermoso que había visto. Lo veía todos los días, todas
las noches, desde hace meses. Era tan bien parecido con sus facciones
firmes, sus cabellos castaños y sus pestañas largas y onduladas. Y
sus labios carnosos y color cereza la dejaban sin aliento, siempre.
¿Y cómo podría tenerlo?
Su cuerpo era una
musculatura diseñada y hecha de una forma preciosa, según ella. No
podía soportarlo, no podía soportar estar tan lejos y no poder
tenerlo para ella. Lo quería besar, abrazar y, sin embargo, jamás
lo tendría.
Sus lamentos y
llanto eran quejumbrosos siempre que volvía de verlo y se recostaba
y cerraba la puerta del lugar en donde dormía. Sus lágrimas eran
amargas como la bilis; jamás fueron saladas. A veces no dormía ni
se permitía yacer sobre su cama fría y dura, sino que solamente se
sentaba y esperaba que el sol saliera para poder ir a verlo. Siempre
lo esperaba, aunque sabía que nunca iba a ir a verla.
Esa madrugada
esperó ansiosa a que llegara el crepúsculo. No había llorado, y
eso la puso feliz. ¡Deseaba ir a verlo con ansias! Se preparó,
feliz, y salió.
Él, en cambio,
nunca estuvo feliz de verla. Era locamente enfadadizo, y verla le
causaba molestias. Ella era hermosa, sí. Pero siempre molestaba… y
nunca dejaba de sonreír. ¿Qué persona nunca deja de sonreír?
Además, solía escurrirse por su ventana. Ella era una loca
enamorada más. Y eso le disgustaba. Pensó en eso y, sin ánimos de
recibirla en otro día más de su vida, salió.
Eran las 7.30 de la
mañana, solía verla cuando iba al trabajo. Justo como en ese
momento, porque ella llegaba con un vestido blanco, con tiros y
escote, que no le sentaban para nada mal.
-¡Hola! ¿Cómo
estás, amor mío?- saludó ella, sonriendo, con aquella curva de
punta a punta en su rostro.
-Hola, loca- asintió
él, sin sonreír, y siguió caminando.
-¿Por qué eres
así?- preguntó, serena.
-Porque eres
molesta, e irritante.
-Eres tan frío…
-Y tú tan
insoportable. Adiós- y aceleró el paso.
Pero ella lo siguió
hasta la puerta de las oficinas.
-¿Aquí trabajas?
-Qué extraño que
no lo sepas.
-Te amo…
-Yo no- le cortó el
hilo de voz.
Esperó el ascensor
en recepción, y ya no la trató de alejar, pues su compañía era
costumbre casi siempre. Aunque sería raro tenerla junto a él
mientras trabajaba, presionaba teclas y ordenaba papeles.
No. La ignoraría…
¡Sí! Eso haría. La ignoraría y ya no tendría que prestarle
atención.
Se decidió y subió
al ascensor, seguido por ella. Quien, por supuesto, sonreía,
inmensamente alegre. No podía evitarlo.
Una hora más tarde
él ya disponía de un café, sentado en su pequeño aunque cómodo
escritorio, en su oficina acogedora, con estanterías, una alfombra
azul aterciopelada y una ventana ni grande ni chica, pero de
suficiente tamaño para ver y recibir luz. Ella recostó su cuerpo
delgado y pálido contra una de las paredes, mientras observaba todo
cuanto podía: siendo así los papeles organizados, la computadora,
sus lápices y plumas perfectamente ordenadas y las fotografías…
¡Las fotografías! Algunas en sepia, otras en escalas de grises, y
algunas en colores. ¡Qué bonitas eran! Todas dispersas por una
repisa, o colgadas de la pared. ¿Las habrá tomado él? ¿Le gustará
la fotografía como a ella? Esperaba que sí.
De pronto, su
mirada reparó de nuevo en él, que tecleaba en la computadora. Lo
hacía eficazmente, como si sus dedos se movieran ágiles sobre un
lienzo, como si fuera un pintor, o un dibujante. ¿Lo será? Deseaba,
en demasía, poder tocar esos dedos y tomar su mano entre las suyas.
Pero no podría.
En toda la mañana,
no le dirigió la palabra y ella tampoco a él; aunque no le
importaba, porque le contentaba hallarse allí, viéndolo hacer su
trabajo. Sus momentos más odiosos, fueron cuando una tal Alicia se
le acercó demasiado para su gusto, y un muchacho llamado Alejandro
le tomó las manos para explicarle con voz dulce que el proyecto se
expondría en la sala “B” del sexto piso. ¡Ese Alejandro fue muy
atrevido! Aunque su “amado” no les prestó atención a ninguno de
los dos, y eso la alivió.
Pasó la hora del
almuerzo, donde lo esperó pacientemente a que regresara. Y cuando lo
hizo, lo vio ignorarla como solía hacer y sentarse en un taburete
junto a una mesita, al lado de la ventana, cerca de sus libros.
Observó, también, con mucho entusiasmo, que existía otro asiento
frente a él. No lo dudó y se sentó allí. Sonreía como solía
hacer al verlo. No obstante, él permanecía con un rostro neutro y
la mirada fija en la nada.
-¿No me hablarás?-
preguntó.
Él desvió la
vista y la examinó, mientras los rayos del pasado mediodía la
hacían ver más pálida y más bonita, con sus niñas café claro
reflejando la antorcha del día. Y respondiéndole la pregunta, negó
con la cabeza.
-¿Te he molestado
hoy?
Otra respuesta
negativa.
-¿Por qué eres
tan… tan serio? ¿Acaso no puedes sonreír siquiera?
-Ya deja de hablar,
por favor- suplicó, y ella se calló.
Durante una media
hora no hablaron.
Pasó un tiempo más
y ella no sabía qué más hacer. Se había puesto de pie y leyó
cada título de esos libros que parecían viejos, y otros no tanto;
había tarareado sus canciones preferidas y se había sentado de
nuevo para mirarlo un tiempo más. ¿Cómo una persona podía estar
tanto tiempo sin hablar?
Él volvió a su
trabajo, y ella acercó el taburete para estar a su lado y disfrutar
de su compañía y mirar sus fotografías.
Caía la noche
cuando él tomó su maletín y apagó su ordenador. Caía la noche
cuando ella se puso en pie y lo siguió hasta la primera planta. Caía
la noche cuando salieron del edificio, y él, movido por una extraña
compasión, le preguntó:
-¿Quieres que te
acompañe?
No supo cómo
responder, pero le ofreció una de sus más sinceras sonrisas y
asintió, entusiasmada.
Caminaron por las
calles, manzanas enteras, por algún tiempo. Él no quiso hablar, así
que acalló la duda que le presionaba: ¿cuánto es que falta para
llegar?
Ella sonreía,
mientras canturreaba alguna que otra
canción. No podía creer que por fin la acompañaba.
Giraron
en una calle angosta, lado y lado repleto de árboles y un asfalto
sin señales. Siguieron
recto hasta cierto trecho, en donde, como si fuese un haz de luz
iluminando un rincón oscuro de su mente, él recordó dónde acababa
la calle. Y fue donde el corazón se le aceleró.
Abrió la boca para pronunciar unas palabras, pero ella lo hizo
primera.
-¿Alguna
vez te has enamorado?
No
respondió,
solamente se quedó callado. Aunque la escuchaba con suma atención.
-Yo
nunca me enamoré- dijo ella-. Nunca, hasta cierto día- lo
miró por el rabillo del ojo, y vio que parecía escucharla-. Fue un
día de nubarrones, lo recuerdo. Un veinte de octubre- a él se le
erizaron los vellos de los brazos y sintió una escalera de
hormigueos que subía por su espalda-, él estaba cerca de mi casa,
muy triste. Recuerdo que en ese momento me gustó, y luego ese gustar
creció
en gran manera.
Sus
pasos seguían un ritmo constante sobre la calle, pero lentos. ¿Por
qué ella decía eso?¿Por qué no podía abrir la boca?¿Por qué
seguía caminando?
El
camino llegaba a su fin,
y
él no podía pensar en otra cosa que no fuera ese día o el por qué
de que ella lo llevara allí. Su atención se dirigió a ella, que se
detuvo a dos pasos de la entrada, que era, en realidad, dos
pedestales de mármol unidos por un arco de cemento, seguido por otro
camino más angosto de tierra y piedras pequeñas.
-Llegamos-
le sonrió, mientras volvía su mirada hacia él.
-¿Vives
aquí?- su voz tembló.
-¡Claro
que sí!- se rió, como si fuera una broma; él deseaba que de verdad
lo fuera- Los muertos no viven con los vivos, Harvey.
¡Qué
irónico!- se sonrió.
Él
enmudeció. Que
ella supiera su nombre no le tendría que sorprender, ya que era un
acosadora de primer nivel, pero, fue todo lo contrario. Sintió un
dolor en la zona del estómago, y supo que se hallaba nervioso.
¡Peor! Quería vomitar y devolver al exterior el almuerzo, para
liberarse de aquella confusión.
-Ven
a vivir conmigo, por favor- siseó, tratado de seducirle para que
tomara una decisión.
-¡Claro
que no!- pudo responder, queriendo irse de allí. ¿Por qué no lo
hacía?
-Podría
obligarte…
-¡Estás
loca! ¡No eres más que eso: una
loca!
¡Adiós!- dio media vuelta, pero ella se interpuso entre él y el
resto del camino.
-No
puedes irte. Quédate,
te lo pido.
Se
acercó hasta que su aliento caliente se mezcló
con el frío,
casi
helado,
de
ella. La examinó, con caos
en la mirada, y trató de descifrarla. Estaba, o muy loca o muy
convencida de lo que decía.
-Nunca
me enamoré- dijo ella, y le dio un beso fugaz debajo de los labios,
que él no pudo percibir-. Nunca pensé enamorarme. Nunca quise
morirme. Eso en vida- susurró aquella oración, permitiéndole a una
lágrima que se deslizara por su mejilla, tal vez recordando-… y
ahora, tampoco quise, pero no lo pude evitar. Al amor… ¿crees tú
que se lo llama?
-El
amor viene cuando se lo necesita- aún no se alejó. La observó con
rencor, por haberlo llevado allí-. Y la locura viene sin avisar- le
susurró al oído.
Se
alejó y
no miró hacia atrás.
A
la mañana siguiente, cuando entró a su oficina, vio el banquillo
que ella usó para acompañarlo el día anterior junto a su silla,
donde lo había dejado. Loca,
pensó y alejó el taburete.
Cuando Alicia entró para anunciarle sus compromisos del día, él la
detuvo unos momentos más.
-Alicia-
llamó.
-¿Sí?-
le sonrió, más de lo que debería.
-Voy
a pedirte que, por favor, a la muchacha que estuvo
conmigo ayer,
no le den paso a las oficinas. Eviten un desastre.
-Eh…-
sonrió, con una risita destilando nervios- Harvey,
¿qué muchacha?
-La
que ha estado conmigo aquí en la oficina todo el día de ayer- ella
no reaccionó, como tratando de recordar. Entonces, quiso despertar
su memoria con detalles-. Llevaba un vestido blanco- nada-. ¿Con el
cabello suelto? ¿Ojos color café? ¿De mi estatura? ¿Blanca?-
nada-. ¿Cómo es que no te acuerdas?- dijo, con un deje de
desesperación.
-Harvey…-
habló lentamente, como si él no fuera capaz de entender- nadie,
además de Alejandro y yo, ha entrado a tu oficina.
-Te
dejaré loco- susurró ella a su oído, con su aliento frío
rozándole la piel y una voz
llena de picardía. Llegó sin avisar.
NOTA.
¡Hola,
gente bonita! No es el mejor cuento que he escrito, pero espero les
guste. Desde mayo que no he subido nada, y ¡hoy han instalado Wi-Fi en
casa! Así que podré publicar muchísimo más seguido.
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