Tal vez algo te guste

martes, 15 de octubre de 2019

La Locura Por No Amar

  Era apolíneo. Era el ser más hermoso que había visto. Lo veía todos los días, todas las noches, desde hace meses. Era tan bien parecido con sus facciones firmes, sus cabellos castaños y sus pestañas largas y onduladas. Y sus labios carnosos y color cereza la dejaban sin aliento, siempre. ¿Y cómo podría tenerlo?
  Su cuerpo era una musculatura diseñada y hecha de una forma preciosa, según ella. No podía soportarlo, no podía soportar estar tan lejos y no poder tenerlo para ella. Lo quería besar, abrazar y, sin embargo, jamás lo tendría.
  Sus lamentos y llanto eran quejumbrosos siempre que volvía de verlo y se recostaba y cerraba la puerta del lugar en donde dormía. Sus lágrimas eran amargas como la bilis; jamás fueron saladas. A veces no dormía ni se permitía yacer sobre su cama fría y dura, sino que solamente se sentaba y esperaba que el sol saliera para poder ir a verlo. Siempre lo esperaba, aunque sabía que nunca iba a ir a verla.
  Esa madrugada esperó ansiosa a que llegara el crepúsculo. No había llorado, y eso la puso feliz. ¡Deseaba ir a verlo con ansias! Se preparó, feliz, y salió.
  Él, en cambio, nunca estuvo feliz de verla. Era locamente enfadadizo, y verla le causaba molestias. Ella era hermosa, sí. Pero siempre molestaba… y nunca dejaba de sonreír. ¿Qué persona nunca deja de sonreír? Además, solía escurrirse por su ventana. Ella era una loca enamorada más. Y eso le disgustaba. Pensó en eso y, sin ánimos de recibirla en otro día más de su vida, salió.
  Eran las 7.30 de la mañana, solía verla cuando iba al trabajo. Justo como en ese momento, porque ella llegaba con un vestido blanco, con tiros y escote, que no le sentaban para nada mal.
-¡Hola! ¿Cómo estás, amor mío?- saludó ella, sonriendo, con aquella curva de punta a punta en su rostro.
-Hola, loca- asintió él, sin sonreír, y siguió caminando.
-¿Por qué eres así?- preguntó, serena.
-Porque eres molesta, e irritante.
-Eres tan frío…
-Y tú tan insoportable. Adiós- y aceleró el paso.
  Pero ella lo siguió hasta la puerta de las oficinas.
-¿Aquí trabajas?
-Qué extraño que no lo sepas.
-Te amo…
-Yo no- le cortó el hilo de voz.
  Esperó el ascensor en recepción, y ya no la trató de alejar, pues su compañía era costumbre casi siempre. Aunque sería raro tenerla junto a él mientras trabajaba, presionaba teclas y ordenaba papeles.
  No. La ignoraría… ¡Sí! Eso haría. La ignoraría y ya no tendría que prestarle atención.
  Se decidió y subió al ascensor, seguido por ella. Quien, por supuesto, sonreía, inmensamente alegre. No podía evitarlo.
  Una hora más tarde él ya disponía de un café, sentado en su pequeño aunque cómodo escritorio, en su oficina acogedora, con estanterías, una alfombra azul aterciopelada y una ventana ni grande ni chica, pero de suficiente tamaño para ver y recibir luz. Ella recostó su cuerpo delgado y pálido contra una de las paredes, mientras observaba todo cuanto podía: siendo así los papeles organizados, la computadora, sus lápices y plumas perfectamente ordenadas y las fotografías… ¡Las fotografías! Algunas en sepia, otras en escalas de grises, y algunas en colores. ¡Qué bonitas eran! Todas dispersas por una repisa, o colgadas de la pared. ¿Las habrá tomado él? ¿Le gustará la fotografía como a ella? Esperaba que sí.
  De pronto, su mirada reparó de nuevo en él, que tecleaba en la computadora. Lo hacía eficazmente, como si sus dedos se movieran ágiles sobre un lienzo, como si fuera un pintor, o un dibujante. ¿Lo será? Deseaba, en demasía, poder tocar esos dedos y tomar su mano entre las suyas. Pero no podría.
En toda la mañana, no le dirigió la palabra y ella tampoco a él; aunque no le importaba, porque le contentaba hallarse allí, viéndolo hacer su trabajo. Sus momentos más odiosos, fueron cuando una tal Alicia se le acercó demasiado para su gusto, y un muchacho llamado Alejandro le tomó las manos para explicarle con voz dulce que el proyecto se expondría en la sala “B” del sexto piso. ¡Ese Alejandro fue muy atrevido! Aunque su “amado” no les prestó atención a ninguno de los dos, y eso la alivió.
  Pasó la hora del almuerzo, donde lo esperó pacientemente a que regresara. Y cuando lo hizo, lo vio ignorarla como solía hacer y sentarse en un taburete junto a una mesita, al lado de la ventana, cerca de sus libros. Observó, también, con mucho entusiasmo, que existía otro asiento frente a él. No lo dudó y se sentó allí. Sonreía como solía hacer al verlo. No obstante, él permanecía con un rostro neutro y la mirada fija en la nada.
-¿No me hablarás?- preguntó.
  Él desvió la vista y la examinó, mientras los rayos del pasado mediodía la hacían ver más pálida y más bonita, con sus niñas café claro reflejando la antorcha del día. Y respondiéndole la pregunta, negó con la cabeza.
-¿Te he molestado hoy?
  Otra respuesta negativa.
-¿Por qué eres tan… tan serio? ¿Acaso no puedes sonreír siquiera?
-Ya deja de hablar, por favor- suplicó, y ella se calló.
  Durante una media hora no hablaron.
  Pasó un tiempo más y ella no sabía qué más hacer. Se había puesto de pie y leyó cada título de esos libros que parecían viejos, y otros no tanto; había tarareado sus canciones preferidas y se había sentado de nuevo para mirarlo un tiempo más. ¿Cómo una persona podía estar tanto tiempo sin hablar?
  Él volvió a su trabajo, y ella acercó el taburete para estar a su lado y disfrutar de su compañía y mirar sus fotografías.
  Caía la noche cuando él tomó su maletín y apagó su ordenador. Caía la noche cuando ella se puso en pie y lo siguió hasta la primera planta. Caía la noche cuando salieron del edificio, y él, movido por una extraña compasión, le preguntó:
-¿Quieres que te acompañe?
  No supo cómo responder, pero le ofreció una de sus más sinceras sonrisas y asintió, entusiasmada.
  Caminaron por las calles, manzanas enteras, por algún tiempo. Él no quiso hablar, así que acalló la duda que le presionaba: ¿cuánto es que falta para llegar?
  Ella sonreía, mientras canturreaba alguna que otra canción. No podía creer que por fin la acompañaba.
  Giraron en una calle angosta, lado y lado repleto de árboles y un asfalto sin señales. Siguieron recto hasta cierto trecho, en donde, como si fuese un haz de luz iluminando un rincón oscuro de su mente, él recordó dónde acababa la calle. Y fue donde el corazón se le aceleró.
 Abrió la boca para pronunciar unas palabras, pero ella lo hizo primera.
-¿Alguna vez te has enamorado?
  No respondió, solamente se quedó callado. Aunque la escuchaba con suma atención.
-Yo nunca me enamoré- dijo ella-. Nunca, hasta cierto día- lo miró por el rabillo del ojo, y vio que parecía escucharla-. Fue un día de nubarrones, lo recuerdo. Un veinte de octubre- a él se le erizaron los vellos de los brazos y sintió una escalera de hormigueos que subía por su espalda-, él estaba cerca de mi casa, muy triste. Recuerdo que en ese momento me gustó, y luego ese gustar creció en gran manera.
  Sus pasos seguían un ritmo constante sobre la calle, pero lentos. ¿Por qué ella decía eso?¿Por qué no podía abrir la boca?¿Por qué seguía caminando?
  El camino llegaba a su fin, y él no podía pensar en otra cosa que no fuera ese día o el por qué de que ella lo llevara allí. Su atención se dirigió a ella, que se detuvo a dos pasos de la entrada, que era, en realidad, dos pedestales de mármol unidos por un arco de cemento, seguido por otro camino más angosto de tierra y piedras pequeñas.
-Llegamos- le sonrió, mientras volvía su mirada hacia él.
-¿Vives aquí?- su voz tembló.
-¡Claro que sí!- se rió, como si fuera una broma; él deseaba que de verdad lo fuera- Los muertos no viven con los vivos, Harvey. ¡Qué irónico!- se sonrió.
  Él enmudeció. Que ella supiera su nombre no le tendría que sorprender, ya que era un acosadora de primer nivel, pero, fue todo lo contrario. Sintió un dolor en la zona del estómago, y supo que se hallaba nervioso. ¡Peor! Quería vomitar y devolver al exterior el almuerzo, para liberarse de aquella confusión.
-Ven a vivir conmigo, por favor- siseó, tratado de seducirle para que tomara una decisión.
-¡Claro que no!- pudo responder, queriendo irse de allí. ¿Por qué no lo hacía?
-Podría obligarte…
-¡Estás loca! ¡No eres más que eso: una loca! ¡Adiós!- dio media vuelta, pero ella se interpuso entre él y el resto del camino.
-No puedes irte. Quédate, te lo pido.
  Se acercó hasta que su aliento caliente se mezcló con el frío, casi helado, de ella. La examinó, con caos en la mirada, y trató de descifrarla. Estaba, o muy loca o muy convencida de lo que decía.
-Nunca me enamoré- dijo ella, y le dio un beso fugaz debajo de los labios, que él no pudo percibir-. Nunca pensé enamorarme. Nunca quise morirme. Eso en vida- susurró aquella oración, permitiéndole a una lágrima que se deslizara por su mejilla, tal vez recordando-… y ahora, tampoco quise, pero no lo pude evitar. Al amor… ¿crees tú que se lo llama?
-El amor viene cuando se lo necesita- aún no se alejó. La observó con rencor, por haberlo llevado allí-. Y la locura viene sin avisar- le susurró al oído.
  Se alejó y no miró hacia atrás.

  A la mañana siguiente, cuando entró a su oficina, vio el banquillo que ella usó para acompañarlo el día anterior junto a su silla, donde lo había dejado. Loca, pensó y alejó el taburete.
  Cuando Alicia entró para anunciarle sus compromisos del día, él la detuvo unos momentos más.
-Alicia- llamó.
-¿Sí?- le sonrió, más de lo que debería.
-Voy a pedirte que, por favor, a la muchacha que estuvo conmigo ayer, no le den paso a las oficinas. Eviten un desastre.
-Eh…- sonrió, con una risita destilando nervios- Harvey, ¿qué muchacha?
-La que ha estado conmigo aquí en la oficina todo el día de ayer- ella no reaccionó, como tratando de recordar. Entonces, quiso despertar su memoria con detalles-. Llevaba un vestido blanco- nada-. ¿Con el cabello suelto? ¿Ojos color café? ¿De mi estatura? ¿Blanca?- nada-. ¿Cómo es que no te acuerdas?- dijo, con un deje de desesperación.
-Harvey…- habló lentamente, como si él no fuera capaz de entender- nadie, además de Alejandro y yo, ha entrado a tu oficina.
-Te dejaré loco- susurró ella a su oído, con su aliento frío rozándole la piel y una voz llena de picardía. Llegó sin avisar.




NOTA.

¡Hola, gente bonita! No es el mejor cuento que he escrito, pero espero les guste. Desde mayo que no he subido nada, y ¡hoy han instalado Wi-Fi en casa! Así que podré publicar muchísimo más seguido. 

                                                                                                                  G ➽   

viernes, 31 de mayo de 2019

¡Hola, Gente Bonita!

 Bueno, comenzando por lo básico me presentaré como G. Lámenme G, jaja. Siempre quise decirlo; ahora lo escribo.

 En realidad, no tengo ningún propósito fijo respecto al blog; solamente dejarme llevar y escribir. Tal vez cuentos, poemas, informes, pensamientos vagos, textos de argumento... no lo sé, mis ideas cambian muy a menudo, casi siempre.
 Me encanta leer y, por consiguiente, escribir, como a la mayoría de los lectores. La lectura nos cambia y, sin duda, nos ayuda a realizar nuestra metamorfosis de lectores a escritores. Expande nuestras mentes, y esa expansión atrae consigo ideas, pensamientos nuevos y extravagantes, una cosmología diferente, que deberían ser plasmados en algún lugar. Si eres parte de esta sección de nuestro mundo, ¿no crees que es lo mejor?

Dejando lo anterior, quisiera agradecer a la, tal vez, única persona que está leyendo esto... Tú.

Gracias por leerme, y espero que lo sigas haciendo.

                                                                                                                   G ➸