Como
en varios de los cuentos y microrrelatos de esta literata misionera, la muerte
y el amor se considera uno de los muchos temas principales a lo largo del
relato, como en “Más Allá del Horizonte”, “La Muerte del Señor Corzo”, “Algo en
el Camino” y “Chocolate”.
Mi
intención, como no se quiere la cosa, es analizar este cuento y tratar de
descubrir porqué lo elegí. Es uno de mis cuentos preferidos, como “Del Otro
Lado del Mar”. El análisis va más allá de lo que se lee; el análisis de un
cuento es desglosar cada párrafo, cada oración, cada frase, cada palabra y cada
letra del texto entero: es ver entre cada espacio, entre cada letra, punto y
cada coma. El analizar es ver aquella idea que la escritora jamás
plasmó, pero que de alguna u otra forma está ahí.
Abigail nunca escribió si Romina era la novia
de Santiago, pero nos empuja a creer que sí con pocas referencias. Hay cosas
que ciertos autores jamás nos dirán, sin embargo, casi siempre buscan la forma
de decírnoslas a través de lo que escriben, y a través de aquello que
“escribieron, pero no”. Creo que Zovich es una de aquellos.
Análisis Literario
Comencemos por el principio, valga la
redundancia.
“Dos Tazas de Café” es el texto número veinte
de la antología “Si Miras en el Abismo”, y comienza narrándonos, en tercera
persona, cómo es la vida de nuestro protagonista: Santiago, desde -podemos
deducir- algún episodio que dejó un gran abismo en su vida.
"Hacía
mucho tiempo que no se sentaba a escribir, actividades menos importantes habían
ocupado su tiempo, entreteniéndolo en meras anécdotas. Su mente se había ido
desgastando con esos ejercicios superfluos. La música nunca dejó de ser su
consuelo místico, si no se había dedicado a concebir historias épicas y
romances lúgubres, al menos había podido estar en contacto con esos relatos por
medio de la música. Pero eso no había podido saciar su espíritu trágico y
su sed de agonías."
Tenía
un “desierto” de escritor, le faltaba inspiración, no hallaba en nada la
suficiente cantidad de iluminación correcta para llenar hojas como es debido:
eso también puede cansar, deprimir. Este escritor encontraba su consuelo en las
melodías que calmaban su ser lleno de pesares, encontraba su consuelo en las
notas y en historias cantadas y armónicas.
Acá
hay preguntas: ¿qué le habrá pasado? ¿Por qué no encuentra la motivación para
escribir nada que le parezca insuficiente? ¿Tal vez sea un desamor? ¿Algo con
relación a su espíritu?
En el segundo párrafo leemos
que el narrador hace un salto a escena. Ya nos explicó la situación, más o
menos. Nos narró cómo se sentía, y qué hacía cuando se sentía así. Ahora nos
narra algo más preciso, y nos ubica en un lugar.
“Esa
noche el insomnio lo había vencido. Revolvió los cajones y rescató su frasco
con café de las oscuras profundidades de la cocina, ámbito poco humano según
sus reflexiones. O tal vez sólo le pareciera eso porque su cocina estaba
particularmente descuidada. Polvo y grasa por todas partes, alguna que otra
fruta podrida, un cajón lleno de cucarachas, una hierba que entraba por la
ventana del jardín, periódicos desparramados por el suelo… Lo único que le era
agradable de ese lugar eran las velas, estratégicamente ubicadas, que dejaban
el ambiente a media luz, el foco se había quemado hacía meses y no era su
responsabilidad cambiarlo.”
El
narrador nos introduce al mundo de Santiago, a cómo él ve el lugar en donde
vive. Pero no es sólo eso, sino también que, nos dice, tenía insomnio; no podía
dormir. ¿Tendría… algún desvelo por inspiración?
Escribo lugar en donde vive porque, al parecer, él no lo siente
como un hogar. ¿Habrá sucedido algo para que fuera así?
En los
siguientes párrafos, Santiago pone a hervir agua y busca a su “cáliz del
destino”, que es su termo, y como lo encuentra, prepara el café dentro de éste.
“[…]
luego abandonó ese ambiente hostil con su termo y una taza de
cerámica.”
¿Hostil? ¿Lo dirá el narrador por describir,
o por expresarlo de la forma en que Santiago lo ve?
Nos describe, además, que, al desplomarse en
su silla, permaneció así toda la noche, hasta que al amanecer llegó Dorita, su
tía. Ésta sube por las escaleras, haciendo comentarios sobre la casa.
“[…]
Este lugar parece un calabozo, o peor… ¡un cementerio!”
Al
llegar arriba, ve a su sobrino echado sobre su historia, escribiendo sin cesar.
Él le responde algo muy curioso:
“-De
ninguna manera […], preferiría un millón de veces estar muerto, antes que
preso.”
¿Por
qué? Bueno, tal vez piense que es mejor estar muerto sin hacer nada, que vivo
encerrado. ¿Cómo lo veríamos nosotros?
Su
tía, al juzgar por el comentario de casi espanto, piensa que es mejor una
prisión de vivos que una prisión de muertos. Santiago no lo ve de esa manera.
Descubrimos, asimismo,
cuando Dorita está en el acto de alzar la taza con el café frío y llevárselo a
la cocina, su sobrino reacciona de mala manera y dice que lo deje donde estaba,
que es de un caracter algo odioso.
“[…] y se sentó en el sillón frente a la
ventana. Recién entonces percibió que ese ambiente era muy distinto al que ella
había dejado. […]”
Dorita
recordaba haber visto por última vez, en aquella habitación, una ventana
cubierta por una cortina de lentejuelas que daba a una vista panorámica de un
paisaje natural. En vez de ello, ahora se apreciaba a una biblioteca que
ocupaba media pared, del suelo al techo, y que parecía haber sobrevivido a un
incendio.
Cuando
pasamos por alguna situación que nos arrebata algo de nosotros, solemos hacer ciertas
cosas. Algunas personas quieren dejar los lugares como siempre estuvieron antes
de la “situación”; otras, tratando de evitar el recuerdo, queremos remover
aquello y cambiamos nuestro entorno.
Parece, tal fue este último el caso de
Santiago, al menos en lo que respecta a su lugar de trabajo, o a lo que sentía
suyo. Sentía suyo aquella habitación, pero no el resto de la casa.
Dorita
le reclama.
“-Me
voy un par de semanas, y esto ya está hecho un chiquero.
- ¿Semanas?
Te fuiste exactamente cinco meses, veintiocho días y… -Santiago se acomodó el
reloj- diecisiete horas.”
Ella sólo se limita a observarlo. Es un
hombre calculador, preciso, y a la vez bohemio, o quizá comenzó a serlo luego
de la “situación”.
“-
¿Te acordás de Minerva?
-
¿Quién? […]
-Minerva,
la gata que rescaté del lago, cuando tenía trece años.
- ¿El
que se fue en octubre?
-
“La” que se fue, era hembra, y no se fue, la sacrificaron en un ritual profano,
o algo parecido.”
Como
escritor, los artículos le parecían bastante importantes, siendo una
conversación casual.
“-
Sí, ¿qué tiene?
-Bueno,
parece que no estaba tan muerta después de todo.
- ¿Qué?
-Bueno,
la noche que te fuiste me vine al altillo a escuchar música y la encontré
durmiendo en el mismo sillón donde estás ahora.
-Pero
no debe ser el mismo gato.
-Gata,
es hembra […]. Bueno, dicen que los gatos tienen nueve vidas, ¿no? Igual… hace
dos días que no vuelve. A lo mejor esta noche… -Santiago se interrumpió a sí
mismo y dejó escapar un suspiro.
- ¿Qué
pasa esta noche?
-Mañana
es dos de noviembre, el día de todos los muertos, esta noche los espíritus
perdidos vagan por los cementerios y los bosques, buscando a los vivos que
moran cerca de los lagos para ahogarlos en sus aguas oscuras.
-Santiago,
creo que ya es hora de enterrar el pasado…
-En
el cementerio, ¿verdad?, justo entre las tumbas de los indios. Hasta los
recuerdos resucitan en días como hoy.”
Había
algo que no quería dejar de recordar, algo que lo hacía pensar y recordar. Le
sucedía lo mismo que nos sucede cuando se acerca la fecha de nuestro
cumpleaños. Él se hallaba ansioso y algo inquieto, hasta podría decirse que con
melancolía.
“Un relámpago se hundió en el lago, y el
trueno quebró el silencio del bosque. […]”
El
diálogo fue interrumpido brevemente por el estruendoso inicio de una tormenta.
Sin querer seguir discutiendo, Dorita dio sus últimas palabras respecto al
tema.
“- La
vida sigue querido, y aunque los gatos tengan nueve de ellas, las personas
tenemos sólo una. Yo también sé lo que se siente haber perdido a alguien
así.”
Tal
vez aquellos cinco meses en que Dorita estuvo ausente, fueron mero luto y
reflexión sobre la vida. Si hubo una discusión entre ellos, el narrador no lo
dice, pero creo que nos quiere hacer entender por qué ella se fue: alguien se
había ido, tal vez para siempre. Y no solamente en su vida, sino que también en
la de Santiago.
Bajó a
la cocina y comenzó a limpiar toda la casa, exceptuando el ático.
“La
tormenta duró casi todo el día. […]”
Cayó
la tarde, se hizo de noche, y Santiago corrió hacia la planta baja, sorprendido
por la limpieza y el orden que reinaban en aquel lugar, que no era, hasta hace
momentos, propio para él.
“- ¡Vaya!
Nunca pensé que esto volvería a verse como si alguien viviera aquí.
-Ya
me estoy acostumbrando a tener que ordenar todo en tu vida.
-Dime,
¿has visto mi frasco de café? […]
-Se
me cayó al piso y se rompió mientras limpiaba el estante, y el café se mezcló
con la lavandina. Así que no pude salvarlo -dijo poniendo las manos en su
cintura-, lo siento.”
Luego
de gruñir, pidió a su tía que lo acompañara hasta el pueblo, al almacén de
Renato. Accedió por el hecho de que no había otra opción, su sobrino le
insistía y aclaraba que sin su cafeína no podría escribir.
Fueron
en auto, por la ruta mojada, siendo Santiago muy cuidadoso.
Más
allá del pequeño pueblo estaban el monte y un cementerio indio, en donde la
población enterraba a sus muertos...
Al
llegar frente al almacén, Renato hablaba con algunos vecinos, y al ver a
Santiago y Dorita, intercambió con el primero algunas palabras excesivamente
amables y corteses.
Después de tal reciprocidad de poesía y
gallardía hablada, Dorita lo tomó fuertemente del brazo, al momento que todos
mantenían una mueca de estupefacción, y eso lo hizo voltearse, para ver lo que
tenía a todos en silencio.
Él no
fue ajeno a todo aquello, y compartió el mismo sentir de todos cuando vieron a
los espectros salir del río que cruzaba el pueblo, cubiertos de desechos putrefactos;
cuando Abelardo, el esposo difunto de su tía salía también de la bruma, o
cuando vio, espantado, a los seres queridos de todo el pueblo salir del agua y
a estos reunirse con ellos.
Alterado, subió al auto y volvió a su casa.
Bruscamente, casi estrellándose, estaciona frente a su vivienda y ve un rastro
de agua en el suelo, que conecta el exterior y el interior de la planta baja;
la puerta estaba abierta. En ese momento, sintió euforia y su cuerpo la recibía
temblando a cada paso que daba.
Al llegar a la buhardilla, encontró a su
percudida novia sentada en el sillón, con una taza de café humeante sobre la
mesilla.
Emocionado, se sentó y comenzó a escribir.
¡Cuánta emoción! Aquel desierto de inspiración, se convertía en un valle
fértil, regado con la alegría del amor, y la esperanza de que no todo se
pierde. Y cuando terminó, su novia se dispuso a irse muy lentamente; él la
siguió.
Cuando
llegaron junto al río, ella se despidió. El mundo de él se derrumbaba junto con
los labios de su amada, que se deshicieron como las cenizas del papel al
besarlos. La vio sumergirse, y vio surgir el claro del querido cielo
amaneciendo.
Todos
los muertos volvían al agua, y las personas solamente miraban. Pero eso no era
todo. Junto con sus frialdades, la tibieza del cuerpo de Dorita también los
acompañaba, tomada del brazo de su esposo.
Más
tarde, el pueblo, reunido frente a la Iglesia, llevó velas y sahumerios,
realizando una marcha hacia el cementerio.
“[…]
Llevando velas y sahumerios caminaron en una solemne peregrinación hacia el
cementerio, como lo hacían cada año. […]”
¿Cada
año alguien de los vivos se iba con aquellos muertos, aún estando… vivo? ¿Cada
año alguien se iba voluntariamente hacia los brazos de la muerte? ¿Eso es lo
que sucedía?
Junto
a la tumba de Abelardo, unos hombres colocaron una lápida para la de Dorita.
Santiago ya no sentía, pero sí se preguntaba una y otra vez por qué no se había
ido, así como su tía lo hizo.
Con mucha pena, la historia acaba con él
sentado en el sillón de su casa, junto a su gata negra, acariciándola
amargamente.
Tal vez sea uno de mis
cuentos preferidos por su narración, o la forma en que Abigail tiene de
cautivarme con la mayoría de sus obras. Lo cierto es que nos trae a conciencia
muchas cosas que nunca pensamos, o que solemos pensarlas y pasarlas, sin
escudriñarlas mejor.
La
muerte no respeta a nadie, ni a niños, jóvenes, adultos o ancianos. Viene sin
avisar, o a veces lo hace, pero estamos tan ensimismados en nuestras cosas que
al encontrárnosla quedamos “estupefactos”, como Santiago y todo el pueblo.
Entonces huimos o nos acercamos a ella, o no hacemos nada.
El
amor…, ¡ay, el amor! Es todo un tema. ¿Cómo lo vemos? ¿Existirá después de la
muerte? Como escribí en la primera parte, los escritores escriben cosas sin
hacerlo. En este caso, para nuestra escritora, ¿existe o no? También, depende
de qué lado lo vemos. Personalmente, creo que sí: creo que ella lo cree así. El
amor después, el amor antes.
¿La
familia? Sí, también aparece aquí. Tíos y un sobrino. También alguien amó, como
Dorita a su esposo y a su sobrino. También alguien murió, como en todas las
familias, primero Abelardo, después Dorita y quedó uno, que aún vivo, dejó de
sentir. ¿Será él un medio muerto? ¿Un medio vivo?
Sin
dudarlo, diría que es un cuento que deja con muchos interrogantes, y no tanto
sobre la historia, sino más para los lectores. A veces, esas cosas que decimos
que no son para nosotros, son a las que más deberíamos prestarles atención.
Nota: Como verán, este es un informe que hice hace un tiempo para Literatura. Es un trabajo de escuela, aunque me parece interesante compartirlo con ustedes. No es el mejor, lo admito, pero espero que les guste. No está tal cual lo entregué; tiene ligeras modificaciones, para adaptarlo a la entrada.
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